Este viernes 24 de marzo se conmemora el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Este no es solamente un feriado más para disfrutar, pasear o vacacionar, su sentido es mucho más profundo.
Es una invitación para analizar, reflexionar y sanar como sociedad sobre uno de los hechos más aberrantes acontecidos en nuestro país, como es la desaparición forzosa y sistemática de 30000 personas por pensar distinto.
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Es un día para pensar en todos aquellos y aquellas que no están, pero siempre vivirán en nuestro corazones y pensamientos. Esas personas que, siempre, nos marcarán el rumbo de la rectitud, la dignidad y el compromiso hacia el otro.
Desde nuestro lugar, no podemos dejar pasar la oportunidad de recordar y divulgar las historias de aquellos compañeros y compañeras que ya no están, pero forman parte, por siempre, de la gran familia municipal.
Barrio de Villa General Mitre en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, entre las calles de Terrero y Alejandro Margariño Cervantes se puede apreciar desde lo lejos una placa; a medida que nos acercamos se empieza a leer “Aquí fue secuestrado Mauricio Silva Iribarnegaray, uruguayo, sacerdote salesiano y barrendero, el 14 de junio de 1977 por el terrorismo de estado”.
Nació un 20 de septiembre de 1925, en Montevideo, República Oriental del Uruguay, en el seno de una familia humilde. Ya desde temprana edad sintió su vocación piadosa y de ayuda hacia los demás, la cual, terminó materializando con su ingreso al seminario salesiano en 1948 en la provincia de Córdoba y lo concluyó en 1951.
Una vez sacerdote, su acción pastoral lo llevó por las distintas regiones del país, desde la Patagonia, La Rioja y el Chaco santafesino. Este recorrido, por las distintas zonas, le permitieron observar e involucrarse en diferentes realidades sociales.
Cuenta la anécdota que mientras estaba en Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz, compartía un dormitorio, muy precario, junto a unos albañiles y siempre atento a las necesidades de los demás, acostumbraba a retirar los tachos que aquellos utilizaban como baños. Al igual que Cristo, buscaba rodearse de los más humildes, desamparados y marginados sociales para ayudarlos en lo que él pudiera.
Tiempo después del Concilio Vaticano II profundizó aún más su entrega a Cristo y a los pobres, por eso ingresó a la fraternidad de los Hermanitos de los Pobres, inspirada en la vida del religioso Charles de Foucauld, que se dedicaba por completo al servicio de éstos y sus necesidades.
Para 1973 se radicó definitivamente en Buenos Aires y comenzó a trabajar de barrendero para la municipalidad, en el Corralón de las Villas. Allí comenzó la acción social y religiosa entre sus compañeros de trabajo formando una pequeña comunidad con sede en el conventillo de Malabia 1450, lugar en el que vivía.
Mauricio tenía grandes lazos con sus compañeros a quienes acompañaba en los reclamos sindicales. Por este tema ganó rápidamente mucho respeto puesto que veían en él una fuerte figura volcada al compromiso social y una guía espiritual.
En 1976 viajó a Colombia para participar en la reunión de la Fraternidad de los Hermanos de la Pobreza, allí miembros de su congregación le recomendaron que abandonara la Argentina por el momento violento que transitaba junto a las reiteradas violaciones a los derechos humanos.
Al año siguiente dos compañeros de trabajo desaparecieron. Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, le advirtió sobre los riesgos que corría su vida, pero el religioso se confió y le dijo: “un cura armado de escoba y pala no es peligroso.”
Su fatal desenlace ocurrió a las ocho treinta de la mañana, el 14 de junio de 1977, según testigos, tres hombres bajaron de un Ford Falcon blanco lo increparon, lo metieron sin previo aviso en el vehículo y sin ser claro el destino, se lo llevaron.
Nunca más se supo de él, forma parte del listado de los 80 miembros del clérigo católico argentino desaparecidos y asesinados por el terrorismo de estado durante la última dictadura militar, según la CONADEP.